sábado, 26 de febrero de 2011

Semana de interioridades

Esta semana ha pasado casi sin darnos cuenta. Aunque a tenor de la verdad vivir en un hotel no es nada agradable. La sensación que hemos tenido ha sido muy extraña, puesto que el hecho de estar obligados a dejar la habitación todas las mañanas para que la señora de la "limpieza" se detenga a pasearse un rato entre nuestras cosas nos ha llevado a darnos largas caminatas por la isla como si estuviéramos de vacaciones. En ocasiones con un objetivo claro y en otras simplemente vagando sin rumbo, haciendo tiempo para volver al hotel y allí trabajar un poco.



La biblioteca Nacional, nos espera para pasar buenos ratos...

Y es que aunque parezca que estamos de vacaciones no es así. Nuestro objetivo al venirnos a vivir a Malta mezcla el deseo de salir de España con la necesidad de continuar creciendo profesionalmente. Mi santa, por lo pronto, ya ha conseguido una "clienta". En pocos días comenzará a dar clases particulares de español, compaginándolas con la terminación de su Tesis Doctoral. Por mi parte, además del desarrollo de mi investigación postdoctoral, voy a encargarme de la coordinación del Campus de Malta del Euro-Mediterranean University Institute, y eso supondrá reuniones y bastante trabajo "de pasillos".


En definitiva tenemos muchas cosas que hacer además de holgazanear disfrutando de las vistas de la isla, pero el hecho de no habernos podido mudar y de que nuestro hotel no es precisamente un cinco estrellas ha llevado a que esta semana hayamos estado más ociosos de lo que nos hubiera gustado.


Puestos a pasear, disfrutando con el último detalle...

Aún así hemos podido avanzar en algunas gestiones e incluso hemos tenido tiempo (especialmente mi santa, y con toda la razón del mundo) de cabrearnos en Malta. El lunes fuimos a hacernos el ID Maltés, esa tarjeta de identificación que usa el gobierno del país para identificar a los extranjeros que viven aquí. La sorpresa fue mayúscula cuando, tras una hora de espera, el funcionario que nos atendió denegó hacérselo a mi santa si no presentaba el certificado de matrimonio. Dio igual que yo estuviera allí. Las leyes al respecto son claras: las mujeres casadas al hacer el ID deben presentar dicho certificado. Obviamente no nos hemos traído ese papel ni el libro de familia, de manera que, con todo su mosqueo, tuvimos que hacer el trámite en mi caso, nada más. Ahora queda esperar, ya que nos han comentado que el proceso para que me llamen para recogerlo puede demorarse... ¡6 meses!


Hay días en los que uno entiende bien el significado de "Omerta"...

El mismo día tuvimos ocasión de "disfrutar" otra de esas incongruencias que nos cuesta tanto entender desde nuestro punto de vista español: la apertura de la cuenta bancaria. Al final decidimos abrirla en el Bank of Valletta, que tiene incluso un International Client Centre. Centro en el que nos "despachó" una señorita con cara de pocos amigos y que tras pedirnos todo tipo de datos sobre nuestro banco en España, logró que mi santa llevase a su cabreo a proporciones bíblicas. El caso es que yo pensaba dar como referencia un banco con el que yo trabajo, pero en cuya cuenta no está ella. Aun así, autorizarla a ella en la nueva cuenta del banco maltés. Pues no. Si quiero autorizar a mi mujer para acceder a mi cuenta del banco necesito acudir a un abogado para que haga el pertinente trámite burocrático.

Al final optamos por ofrecer otra cuenta como referencia y rezar porque el día que llegue el papel a la sucursal pidiendo desde nuestro certificado de penales a la fe de bautismo quién lo recoja sea capaz de interpretar semejante galimatías político-financiero. El caso es que seguimos sin cuenta bancaria, de forma que tenemos que sacar el efectivo de un cajero automático pagando las estupendas comisiones que nuestros bancos españoles se encargan de cascarnos de forma inmisericorde.


Las frutas y las verduras a pagarlas en cash...

Durante estos dos o tres últimos días también hemos descubierto que en Malta llueve de lo lindo en febrero. O al menos que cada vez que llueve las calles de la zona en la que estamos (el Strand de Sliema) se convierten en ríos. Ya lo vimos la semana pasada, o más bien lo sufrimos en nuestras carnes. De forma que esta, cuando hemos visto caer chuzos de punta, nos hemos quedado en el hotel, lo que hace aun más acusadas nuestras ganas de que llegue el momento de dejarlo.


¿Alguien cambiaría esto por el Manzanares? yo no...

En cualquier caso, estos pequeños inconvenientes se quedan atrás cuando vamos notando que con el paso de los días nuestro inglés se va asentando, cada vez que salimos a la calle y observamos el mar acariciando las rocas, cada mirada o paseo que nos lleva a las cercanías de la que será nuestra casa a partir del próximo lunes, o simplemente cuando somos conscientes de estar viviendo y gozando una aventura que hemos decidido nosotros y que sabemos que nos llevará aun a mayores satisfacciones...

sábado, 19 de febrero de 2011

Malta, ¡aquí estamos de nuevo!

El martes 15 despegábamos a las 6:30, puntuales, camino a nuestro nuevo país. La noche anterior teníamos las clásicas tensiones para lograr no sobrepasar el peso establecido. Ryanair no deja que vueles con más de 10 Kg en cabina y además facturamos cada uno una maleta con otros 15 Kg. Pero de forma casi milagrosa conseguimos cargar con esos 25 Kg, sin mirar lo que dejamos atrás, sabiendo que los viajes a España serán al principio muy frecuentes y tiempo habrá para ir recuperando aquello que consideremos más necesario.

Una vez en Malta conseguimos coger un autobús sin demasiado problema, pese a ir cargados como mulos. Tan sólo hubimos de pagar un suplemento por exceso de equipaje, pero en total no llegó al euro (el billete del autobús cuesta 0,47) y en seguida llegamos a Valletta, para desde allí trasladarnos a Sliema, donde tenemos el hotel en el que vamos a vivir hasta finales de este mes.

Dentro de las múltiples opciones posibles de hoteles escogimos los apartamentos Bayview por su buena situación en el Strand, la calle principal de Sliema, cerca de los autobuses y especialmente por su bajo precio. 20 euros la noche es un buen precio, aunque tenemos que reconocer que nada más ver la habitación nos cayó un jarro de agua fría encima: un cuarto diminuto, interior, dando a un patio de no-luces que nos obligaba a tener encendida la luz permanentemente y, lo que es peor, la cortina echada para evitar miradas indiscretas. Bastante descorazonador, pero no hay como el subidón de los primeros días para evitar caer en el pesimismo.

El mismo lunes, tras dejar las cosas en recepción (generalmente en Malta el checking en los hoteles no se hace hasta las 14:00), callejeamos un rato para enfrentarnos a nuestra primera dificultad: abrir una cuenta en un banco. Aquí hay dos opciones: HSBC y Bank of Valletta. Probamos con el primero, pero tras una conversación muy cortés con una de las empleadas, nos dejó claro que sin el ID Maltés (un documento que expide el Ministerio de Asuntos Exteriores maltés a los expatriados) va a ser difícil conseguir abrirla. Incluso es posible que tengamos que solicitar a nuestro banco una carta de referencias. Como al día siguiente nos comentaría Luis, el Cónsul español en Malta, es curioso eso de que un banco te pida referencias para meter ahí tu dinero cuando tal vez debería ser el cliente el que se las pidiera a ellos para saber sin son fiables.


Los bancos y las operadoras, piratas de secano...

Tras desistir del tema de la cuenta bancaria, solucionamos la cuestión de la conexión a Internet contratando un mes de conexión móvil con Vodafone. Para hacerlo dejas 50 € de depósito por el modem USB (que te devuelven cuando lo entregas de vuelta), alquilas el modem por 20 € (en este caso con 3 días de regalo para que probáramos la navegación) y compras el saldo que consideres necesario (en nuestro caso un mes y 3 Gb, por otros 20 €). Es decir, 40 € para poder estar conectado dignamente.


El miércoles aprovechamos para ir a la Embajada, que no está en Valletta, como cualquiera hubiera pensado, sino en Ta´Xabiex, una zona muy elegante frente a la mejor marina de todo Malta. En la Embajada además de hacer el proceso de registro como nuevos españoles asentados permanentemente en la isla (desde entonces somos 126 españoles registrados), tuvimos ocasión de entrevistarnos con el Cónsul y de ser recibidos por la Embajadora. La visita, además de cortesía, tenía que ver con asuntos profesionales y ciertamente la cordialidad de ambos fue mayúscula.

Como habíamos decidido ir a la Embajada el miércoles y queríamos ver posibles pisos para alquilar con luz suficiente, decidimos dejar las visitas para el jueves. Habíamos cerrado la visita con Michael, un tipo majísimo de Sara Grech, una de las decenas de inmobiliarias que hay por la isla. Y no nos defraudó. Hizo su trabajo a la perfección. Simpático, con un inglés absolutamente inteligible (¿será que empiezo a entenderlo cada vez mejor?), nos mostró cuatro apartamentos. El primero de ellos maravilloso, el segundo y tercero aceptable y el cuarto simplemente grandioso. No nos hizo falta ver el piso por completo para saber que nos quedaríamos con él. Sólo observar el impresionante panorama que se observa desde el dormitorio principal y el salón  hizo que lo tuviéramos claro. A partir de ahí, la negociación, que hizo él en nuestro nombre. La dueña pedía 750 € al mes, y bajaba a 650 si alquilábamos por un año o a 600 si lo hacíamos por dos. Fuera como fuese, al final quedamos en 600 € con un contrato de un año. Así pues, salimos de la cuarta visita felices como perdices y con nuestra nueva casa, que estrenaremos a partir del día 28 de febrero.


Esto es lo que veremos justo nada más cruzar la calle...

El jueves poco más dio de sí que volver a pasear por la tarde por el que va a ser nuestro nuevo barrio y menos aun el viernes, día en el que cayó sobre la isla un auténtico diluvio. En Malta llueve poco, pero cuando lo hace entiendes por qué no hay ríos: son las calles las que se convierten en caudalosos arroyos. Y como buenos españoles curiosos nos pilló el grueso de la tormenta paseando a buena distancia del hotel. Excuso contar como llegamos a ponernos, pero estoy seguro que si nos hubiéramos caído desde el paseo marítimo al mar no nos habríamos mojado mucho más...

Hoy ha amanecido un día nuevamente despejado y con esa temperatura mágica que oscila entre los 15 y los 18 grados. Insuflados de hartazgo ante el cuchitril de habitación en el que estábamos hemos solicitado el cambio y no solo han aceptado sin problema sino que además nos han puesto en un nuevo edificio, en el que hasta tenemos la posibilidad de captar una Wifi gratis (que para cacharrear con el iPhone no viene nada mal).


...Y esto otro si miramos hacia la izquierda

Esto es más o menos lo que ha dado de sí estos primeros días. Mañana iremos a Marsaxlokk para intentar comprar algo de pescado. Ciertamente es extraño que en una isla, en la que abundan los pescadores, sea absolutamente imposible encontrar una pescadería o pescado en los supermercados. En cualquier caso será una buena posibilidad de volver a pasear por uno de los pueblitos más bonitos de esta isla que sigue ejerciendo su mágico influjo sobre nosotros en cada minuto que pasa...